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Las manías de los escritores y otras excentricidades
Cada escritor tiene su propio ritual a la hora de ponerse a escribir. Y como en el estudio o en el momento previo a introducir el pavo al horno cuando te toca ser el anfitrión de una cena importante, todas las personas que comienzan a hacer alguna actividad tienen sus propias costumbres, también llamadas manías.
Si tiramos de diccionario manía es el trastorno o la enfermedad mental que se caracteriza por una euforia exagerada, la presencia obsesiva de una idea fija y un estado anormal de agitación y delirio.
Que no cunda el pánico. Tú que me lees o tú que también escribes tenéis vuestras propias manías, llamémoslas acciones curiosas previas a tu desempeño.
Sin ir más lejos, antes de ponerme a escribir este artículo he llenado mi taza de agua y he añadido una infusión de canela, he encendido mi lamparilla del despacho, siempre al lado derecho y he encendido mi Spotify accediendo a mi playlist titulada música triste. Sí, siempre escribo con esta música porque creo que me inspira. El resto de la casa ha de estar en silencio y… poco más.
Con esto creo que mis acciones curiosas previas a mi desempeño (manías o trastornos) son bastante normales si comparamos con autores de la literatura universal.
Rousseau solía acudir al campo a escribir y siempre se ponía tapones. O el poeta Schiller siempre lo hacía remojando sus pies en un barreño de agua helada.
Honoré de Balzac ordenaba a su criada despertarle a media noche para comenzar a escribir siempre consumiendo ingentes cantidades de café, y Víctor Hugo se encerraba desnudo en una habitación a la hora de crear mientras sus criados custodiaban sus ropajes para así no poder salir de la habitación en cueros, opción idónea para obligarse a escribir durante horas.
Este autor no era el único que optaba por el desnudo. A Ernest Hemingway le gustaba escribir de pie, con la máquina de escribir a la altura del pecho y desnudo ya que así se sentía más libre. A Agatha Christie le encantaba escribir en la bañera mientras comía manzanas, y a Salinger también le gustaba teclear su máquina de escribir al aire libre como su madre lo trajo al mundo.
Aparte del café o las infusiones, otros autores famosos optaron por el alcohol. Lope de Vega, Quevedo, Dostoyievski o Marguerite Duras. Como curiosidad decir que Estados Unidos tiene siete premios Nobeles y cinco de ellos fueron alcohólicos.
Por otra parte si la gran mayoría de escritores aman la soledad para componer sus obras, Charles Dickens era el autor antagónico a esto. Él amaba el bullicio y creaba mejor cuando a su alrededor había movimiento de gentes.
Murakami se concentra hasta tal punto de entrar en una especie de hipnosis para escribir. Para ello sigue una rutina que le hace alcanzar este punto. Se levanta a las 4 de la mañana y trabaja seis horas. Después de comer corre 10 km. o nada 1.500 metros, lee, escucha música y se acuesta las 21.00. Todo un logro para alcanzar escribir sus maravillosas obras.
Lo dicho, todos, artistas o no, tenemos nuestras propias manías a la hora de hacer alguna actividad, unas pueden considerarse normales y otras más excéntricas. Y todas son necesarias para crear un entorno de seguridad para la propia persona. Ahora cabe hacernos otra pregunta mientras doy al play y suena Yumeji’s Themey del compositor japonés Shigeru Umebayashi, doy un sorbo a mi infusión humeante y acerco la lamparilla al portátil: ¿A qué se considera normal y a qué excéntrico o raro?
Nos quedamos con la frase de A. Adler que ya bien decía: “Las únicas personas normales son las que no conoces muy bien”.
Treinta y un años después se editó la mía: “Parecían sombras”. Desde entonces escribo todo lo que se me ocurre: poesía, más novelas, microrrelatos…
Mi cita favorita viene de otro escritor: “El que resiste, gana”.
Mientras tanto vivo y soy feliz.