
Entrevistamos a Arturo Guinovart, autor de Covadonga, el origen de la leyenda.
—Para empezar, háganos una breve sinopsis de «Covadonga».
—Todo empieza en una playa de la costa layetana, donde Edecán encuentra el cofre escribanía del filósofo griego Demócrito, que contiene unos pergaminos en los que está la clave de la supervivencia ante los invasores. Tras una vida llena de vicisitudes y fracasos ante los romanos, termina ocultando sus memorias en el mismo cofre, depositándolo en una recóndita cueva de las montañas astures.
Casi mil años después, Orisón y Pelayo llegan a Covadonga en su huida de la debacle de Amaya ante los bereberes. Allí, el ermitaño Zoido les habla de los escritos de Edecán, y terminan por convencerse de ser los destinatarios últimos del mensaje de Demócrito.
«Covadonga, el origen de la leyenda» afronta el reto de repasar la historia de la península en dos de sus momentos clave: la invasión romana y la musulmana, con un estilo ameno que facilita que el lector se sumerja en tiempos lejanos.
—Antes de adentrarnos en la novela, aclárenos qué es una novela histórica.
—El género histórico concede al autor el poder de jugar con la ficción, pero hasta cierto punto; los hechos históricos contrastados e irrefutables son la barrera, la frontera que no se puede cruzar. Llenar los vacíos que las fuentes históricas o la arqueología no han podido llenar es el campo de batalla del escritor de novela histórica, respetando los hechos y acoplando la ficción a esos acontecimientos.
Es como rellenar los vacíos del rompecabezas; escoger el mejor tejido para tapar los agujeros y la mejor argamasa para rellenar los huecos. Y ahí entra el novelista con todas sus armas, tejiendo argumentos, hilvanando tramas y creando personajes que cubran esos vacíos.
—«Covadonga, el origen de la leyenda» es su primera novela histórica. ¿Qué ha supuesto para usted adentrarse en este género?
—Aunque nunca había escrito una novela enteramente histórica, sí que había abordado el género en partes de «El quadre del monestir» y en «Viladrau, el llibre de les bruixes». Es un género que me apasiona y del que conocía las dificultades de antemano. Si la novela policíaca requiere de grandes dosis de ingenio, la novela de fantasía de imaginación o la romántica de delicadeza, la histórica además de todo ello requiere de una profunda documentación. «Covadonga» tiene muchas dosis de otros géneros, y toca temas imperecederos, como el amor, la muerte, las creencias, la importancia de los principios o las relaciones paterno filiales, todo ello trenzado con la evolución del carácter de los personajes. Ha supuesto un reto mayúsculo, pero he disfrutado del proceso como con ningún otro género.
—¿Y por qué ha elegido «Covadonga» como primera incursión en el género?
—Covadonga se me reveló como el nexo de unión de dos mundos tan dispares; el peso mítico de la batalla de Covadonga y todas las dosis de espiritualidad que emanan de ese lugar me llevaron a crear esta historia. También es un lugar que tuve oportunidad de visitar en varias ocasiones y que te traslada fácilmente a momentos históricos tan cruciales, siendo fácil imaginar lo que pasó allí. La solemnidad y la majestuosidad de la cueva me marcaron desde muy joven y con esta novela pretendo dar relevancia y homenaje a uno de los lugares más emblemáticos de la península.
—¿Cómo se le ocurrió abordar en una misma obra dos escenarios separados por casi mil años en el tiempo?
—A todos los de mi generación nos ha quedado el recuerdo de las aventuras del Jabato y del Capitán Trueno, los cómics de Víctor Mora que se hicieron famosos en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado. Sus aventuras transcurrían en los dos momentos históricos que aparecen en mi novela y dejaron un lejano recuerdo en mi memoria. Siempre quise saber más sobre los íberos, una civilización fascinante que fue casi totalmente borrada de la faz de la tierra por los romanos.
—La novela transita por las memorias en primera persona de Orisón en el siglo VIII y las de Edecán en el III-II a. de. C. ¿Por qué eligió este formato? ¿No hubiera sido más fácil elegir un narrador convencional en tercera persona?
—Dudé mucho en ese aspecto. De hecho, empecé la fase de redacción con narrador omnisciente; pero necesitaba otorgarle a Edecán más profundidad sentimental y psicológica, y la mejor arma para lograrlo es la primera persona. También tiene sus propios retos y desafíos, ya que al contar sus experiencias en primera persona no podía incluir hechos de terceros que ellos no hubieran vivido. Pero, por otra parte, me permitía dibujar mejor a los personajes, y darles más peso protagonista.
—Se hace referencia a los manuscritos de Demócrito en diferentes partes de la novela, pero no se profundiza en ellos.
—Sí, el detonante de la historia es el descubrimiento por parte de Edecán de un cofre en la playa que contiene los manuscritos del filósofo griego Demócrito, probablemente fallecido tras un naufragio. Este punto es una licencia que me he tomado para darle mayor peso a los escritos hallados, ya que Demócrito vivió cien años antes de los hechos narrados. Como decía, a partir del momento del hallazgo cambiará todo para el joven layetano. En ellos está el secreto de la victoria sobre los invasores: la unión de los pueblos y la fe en un único dios.
Esa es la premisa de la novela; Edecán fracasa en sus aspiraciones de mantener la independencia de los íberos ante los romanos, ya que cree que son los antepasados y la madre naturaleza quienes rigen su destino, pero Orisón y Pelayo, mil años después, creen profundamente en Dios y asumen que son los destinatarios del mensaje del filósofo griego.
—Los íberos ¿no creían en dioses?
—No se sabe. Es una de las tantas cosas que desconocemos de los íberos. Me decanté por las creencias en el poder de la naturaleza y los antepasados pensando en que no podían distar mucho de las creencias de culturas coetáneas. Es muy probable que creyeran en dioses vinculados a la naturaleza y que dieran mucha importancia a la influencia de los antepasados, tal como he descrito en «Covadonga».
—El título traslada directamente a los episodios de la invasión bereber. Sin embargo, la mayor parte de la novela narra la vida de Edecán, el final de la etapa íbera. ¿No teme llevar a engaño al posible lector?
—En la sinopsis de la contraportada ya queda explicado. El título no podía ser otro, ya que Covadonga es el nexo de unión de las dos historias. La de Edecán es, evidentemente, el grueso de la novela, ya que nos cuenta toda su vida, mientras la de Orisón tan solo nos cuenta el lapso de tiempo de tan solo once años desde el inicio de la invasión bereber hasta la batalla de Covadonga.
—El título habla de leyenda; ¿sugiere que no es historia?
—Estamos ante episodios históricos que han llegado a nuestros días envueltos de nebulosas. Piense que incluso hay historiadores que ponen en tela de juicio que la batalla de Covadonga realmente tuviera lugar. Las primeras referencias escritas datan de más de cien años después, por lo que es difícil saber lo que hay de verdad en todo ello. En todo caso, la leyenda existe, la tradición oral y escrita ha llegado hasta hoy, identificando Covadonga como el inicio de la reconquista.
—En su novela nos encontramos con las legiones romanas masacrando a los íberos y a los bereberes destrozando a los visigodos, con duras escenas de violencia. Hay corrientes historicistas actuales que apuestan por que los bereberes invadieron de forma pacífica la península. ¿Qué tiene que decir a eso?
—Tanto romanos como bereberes pactaron con los habitantes de la península pero aniquilaron violentamente cualquier foco de resistencia. La batalla de Bergium en la que Catón terminó con la resistencia íbera del noreste peninsular está ampliamente documentada. Los romanos tardaron casi dos siglos en someter la resistencia, primero íbera y luego celtíbera. De la invasión bereber se tiene noticia de algún pacto con nobles visigodos, pero hay que tener en cuenta que las primeras oleadas estaban compuestas por guerreros procedentes del Magreb cuyo inicial objetivo era el pillaje y conseguir buenos botines para luego volver a sus lugares de origen.
No hay que descartar en absoluto que a su paso dejaran un reguero de sangre de proporciones incalculables. El establecimiento definitivo en la península se decidió posteriormente, y fueron los mandos árabes quienes optaron por la convivencia pacífica con los lugareños, aportando su cultura, su idioma y su fe al crisol que representaba la península ibérica. Pero no me cabe duda de que los bereberes entraron con todo en la península en el 711, beneficiados por la quiebra del estado visigodo, sumido en una profunda crisis, y que durante los primeros años esparcieron el terror por estas tierras.
—Aparecen más de setenta personajes en la novela. ¿Qué ha supuesto tal diversidad en la redacción?
—Un reto, sin duda. Las memorias de Edecán se llevan el grueso, ya que desgranan más de cincuenta años de la vida del protagonista. De los setenta y tres personajes, veinte son reales, lo que ha supuesto engarzar como si de un trabajo de orfebrería se tratara las vidas reales con las ficticias, partiendo de las fuentes históricas y teniendo en cuenta que tampoco se sabe todo de esos personajes.
—¿Cuáles son los hechos históricos que marcan la vida de Edecán?
—El primero es en el año 218 a. C., cuando el cartaginés Aníbal emprende su famosa expedición hacia Roma a través de los Pirineos y los Alpes. En el mismo año desembarca Cneo Cornelio Escipión en Emporión, hecho que encarna la llegada de los romanos a la península.
La batalla de Cissa, aunque apenas nos han llegado datos al respecto hasta el punto de no saber dónde se produjo exactamente, fue el primer enfrentamiento en la península entre romanos y cartagineses en el mismo año 218 a. C. En el 205 a. C. Publio Cornelio Escipión, luego llamado Africanus, acaba con la resistencia cartaginesa. En el 195 a. C. Marco Porcio Catón aplasta la revuelta íbera en Bergium, terminando con la existencia de las tribus del noreste peninsular. En el 189 a. C. tuvo lugar la batalla de Magnesia, en la actual Turquía, donde los Escipiones vencieron a Antíoco III de Siria. El encuentro con Graco está enmarcado en las negociaciones que los romanos entablaron con los celtíberos entorno al 180 a. C.
—Hasta la publicación de «Covadonga», sus anteriores novelas habían sido autopublicadas; ¿qué le ha llevado a dar al salto al mundo editorial tradicional?
—El objetivo de cualquier escritor es el de llegar al mayor número de lectores posible. Con la autopublicación es muy difícil hacerse visible entre el maremagnum de novelas autoeditadas que hay disponibles. Solo con el apoyo de una editorial se puede pretender llegar al gran público, y ni así es fácil, pero es un primer paso. Editorial ACEN es una pequeña empresa de Castellón que apuesta por descubrir nuevos valores para la literatura, y han creído en mí desde el momento en que recibieron el manuscrito, por lo que les estoy infinitamente agradecido.
—Tras «Covadonga», ¿va a seguir profundizando en la novela histórica?
—No quiero estancarme en un género, aunque la histórica siempre estará presente porque es de los géneros que más me gusta y con el que más disfruto.
—En cuanto al idioma, empezó escribiendo en catalán. Sin embargo, ahora se lanza a publicar en castellano. ¿A qué se debe ese cambio?
—De mis seis novelas anteriores, cuatro son en catalán y dos en castellano. Hay historias que surgen en una lengua o en la otra, y no tengo problema en abordarlas tal como vienen.
—Para terminar, ¿alguna página web o redes sociales en las que seguir sus novedades?
—En arturoguinovart.com pueden seguir todas las novedades que vayan surgiendo. Y en covadonga.site pueden acceder a toda la información sobre la novela.
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